Se dice que el deseo es el interés que tiene una persona por conseguir algo en concreto. Es la consecuencia de una emoción cuyo objetivo es generar acción en un individuo para alcanzar su meta. Esto puede tener una grande profundidad cuando se descubre de dónde vienen esos deseos, pero sobre todo hacia donde nos llevan.
En este sentido, Ignacio de Loyola fue alguien que buscó seguir los deseos más profundos de su corazón, y para ello necesitó encontrarse a sí mismo, en los espacios de soledad, de dolor, en el sin sentido, reconociendo sus errores; para poder reconocer los movimientos internos que lo llevaban a diferentes estados. Unos le daban paz, alegría, aceptación, armonía, realización, y otros todo lo contrario.
De este modo, Ignacio aprendió a descubrir y escuchar a Dios en su interior. Poco a poco fue aprendiendo que Dios puede comunicarse por medio de lo que deseamos, queremos, e incluso, imaginamos. Pero a su vez experimentaba que algunos de sus deseos lo dejaban como en un estado de desolación y otras veces lo dejaban consolado.
En este proceso de vida espiritual, Ignacio se dio cuenta que algunos deseos venían de lo que llama “mal espíritu” y otros de Dios –o del “buen espíritu”. Él mismo dice, que “Dios lo iba tratando como un maestro a un niño de escuela”, porque le enseñaba a distinguir el origen de esos deseos que experimentaba, a los cuales le debía prestar atención, principalmente aquellos que le ayudaban a vivir una vida al estilo de Jesús.
A este punto, es verdad que no se puede dejar pasar que muchas veces los deseos pueden tener la apariencia de bien, por lo tanto, no ayudan a la vida espiritual y en consecuencia alejan de Dios. Tantas veces estos se pueden mostrar como generosos, buenos, hasta admirables. Pero si uno aprende a detenerse en ellos, a descubrir su procedencia, se puede descubrir su verdadera naturaleza.
La imaginación y los deseos son parte de la experiencia humana, los cuales no pueden ser ignorarlos. Son estos que ayudan a encontrarnos con Dios, que nos mueven y acercan a Jesús. Este Dios si nos dejamos llevar por él, experimentamos que entra por los sentidos.
La espiritualidad ignaciana, invita a dedicar tiempo para pensar lo que queremos y deseamos, sean cuales sean estos pensamientos o deseos y a su vez no dejemos de utilizar como medio, la imaginación. Es el mismo Dios que nos ayuda a poder ubicar estos deseos, pensamientos dentro de nuestra historia e integrarlos a nuestra humanidad.
Es así que también podremos ver nuevas todas las cosas.
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