Para iniciar esta breve reflexión y haciendo mención al título, me viene de preguntarme ¿por qué rezar con San Ignacio? Y no con otros tantos místicos y maestros de la oración.
Pienso que cuando se quiere aprender, ya sea una técnica, un oficio, se busca una persona experimentada para que pueda enseñar.
En la oración, podría decir que también sucede algo así. Por tanto, diría a San Ignacio, que no sé cómo rezar, o que debería decir, cómo ser constante y perseverante al momento de rezar. Pero, sobre todo, qué hacer con las distracciones, en estos tiempos, donde hay tantos atractivos y cómo combinar e integrar la oración en la vida ordinaria.
La primera orientación que encuentro en San Ignacio, el cual ayudaría y guiaría, es el camino de la experiencia, para ello y como todo aprendiz, iré experimentando diversos estados y momentos que llevarán a poder identificarme. Me recuerdo que cuando hacia pan casero, reunía los ingredientes, y tantas veces me salía de un modo o de otro, alto, bajo, seco, menos esponjoso, más migoso. Hasta que llegó un momento en el cual me identifiqué con mi pan. Con su textura, olores, sabor, dócil en mis manos. Quiere decir que, en este proceso, tuve que ir buscando y dejando algunas prácticas o ingredientes que en definitiva no ayudaban a que ese pan salga como debía.
Esto me recuerda dos momentos de la vida de Ignacio, donde también tuvo que buscar y dejar cosas para cambiar y encontrar lo acertado, aquello que Dios soñó para su vida.
Uno fue en Monserrat, Ignacio encontró ese espacio, que fue como una escuela para un aprendiz. Lo primero que sintió fue despojarse de su hombre viejo, violento, debía dejar su espada, sus ropas vistosas, y vestirse de pobre. Era así que podía seguir camino. Entró como un caballero y salió como uno más. Cuál es la “espada”, las “ropas” que debe dejar, para poder encontrar sentido a su vida.
Ignacio luego de este acto se puso de rodillas delante del altar, donde oró toda la noche. Después de su paso por Montserrat, el peregrino continuó el camino hacia Manresa, pequena vila, y da comienzo a una vida de oración, y penitencia.
Aquí fue la otra experiencia que me viene a la mente. Fue en la cueva de Manresa, en una de esas tantas noches de insónia y oración, que Ignacio experimentó Dios que lo “trataba de la misma manera que un maestro de escuela a un niño, enseñándole”. Encontraba así el verdadero Maestro, aquel que lo guiaría, le enseñaba, aquel que conquistó su corazón. Es así que Él mismo, afirmo con total certeza que Dios lo trataba de esta manera.
Ignacio pasó por diferentes momentos y procesos de consolación y desolación, hasta alcanzar por gracia de Dios, la paz interior. Los que quieren aventurarse en la oración mental, saben que un día van a enfrentarse con su lado oscuro, donde habitan los fantasmas que más nos asustan. Pero como me dijo un día un maestro de la oracións, después de los fantasmas encontraremos ángeles iluminados.
Es verdad que hay muchas maneras de orar, como hay muchas maneras de hacer un pan. Cada uno debe encontrar la propia. Es por eso, que rezar con san Ignacio da la posibilidad de experimentar lo más alto y al mismo tiempo lo más comprometido de la vida.
Es así tomar la decisión y ejecutarla orar en el abandono y seguridad que el Señor nos guiará como a un niño. Para mejor amar y servir.
ResponderExcluirInácio ajuda muito a essa aventura da oração e a fazer experiência. Mostrando que Deus se f
ResponderExcluirdeixa encontrar onde ele quer...
Un encuentro personal con Dios que habita en nosotros.
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