Todos deberíamos sentirnos conmocionados e indignados ante una decisión como ésta, porque mutilar la voz de una mujer es un acto de violencia sin precedentes que no puede dejar de herir a toda la comunidad humana en su conjunto, más allá de cualquier filiación religiosa, étnica o cultural. Si de verdad somos «miembros los unos de los otros», como atestigua y nos recuerda cada día el Papa Francisco, entonces no podemos permanecer indiferentes, porque esas niñas, esas jóvenes afganas también son nuestras.
Y debemos alzar nuestras voces por ellas, que ahora ellas ya no la tienen más.
Que diria Freud de esta medida brutal contra las mujeres....
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