Ser una buena persona. Quizá eso sea lo más importante. Llenar el corazón de paz, de comprensión de misericordia. Y así que tus palabras sean curativas, divertidas, esperanzadoras; como una bengala en medio de la tempestad. Así tus buenas palabras se convierten en bálsamo para las heridas, en canción para soñar, en aire para hacer respirar a los otros.
Los otros, a quien a veces vemos llenos de defectos, a quienes juzgamos y condenamos duramente mientas nosotros tenemos los ojos llenos de vigas, de desastres, ciegos con los ojos feroces para ver las miserias ajenas, los labios llenos de superioridad moral y de palabras huecas. La humildad es el espejo que nos hace vernos cual somos en verdad, tan pequeños, tan limitados, tan desastrosos, tan incoherentes, y tan únicos y maravillosos. Humildad para sabernos pequeños y pecadores e increíblemente amados por Dios hasta la locura. Cada cual llevamos nuestra cruz, tenemos nuestras cositas, nuestro historial imborrable.
Así somos.
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