2. El Cristo inocente de Mateo... (cf. J. Nuñez)

1. El Cristo sufriente de Marcos

2. El Cristo inocente de san Mateo (Mt 26-27.

Pertenece, sin duda, a la misma escuela que Marcos. Es más, creo que no solo la misma escuela, sino que han trabajado uno y otro en el mismo taller. En efecto, también en Mateo queda subrayada la traición de Pedro. También aquí vuelve a decir Jesús sin reparos: “Siento una tristeza mortal”. Y las palabras últimas siguen siendo las mismas: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46).

Pero si observamos con detalle, veremos que Mateo ha aliviado algo el dramatismo de los hechos. Y así, por ejemplo, cuando Pedro, con su alfanje, saja la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús no permanecerá impasible; hablará como maestro que instruye: “Pedro, mete la espada en la vaina, porque quien a espada mata a espada muere (Mt 26, 52-54). Magnífica lección de Jesús para decir que la violencia crece en espiral.

En la misma dirección de alivio suena ahora una palabra, que es como una contra-sentencia frente a la de las autoridades: ¡inocente! Así, la mujer de Pilato quiere disuadir a su marido para que suelte a Jesús: No te metas con este justo” (Mt 27, 19). Y el propio Judas, antes de entregarse a la horca, dirá a gritos:He pecado entregando a un inocente (Mt 27, 4).

Finalmente, para Mateo aquella situación, a primera vista desconcertante y contradictoria, tiene un sentido:  por eso, repetirá una y otra vez: “así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías” (cf., entre otros, Mt 26, 56; Mt 27, 9-10). Con estos trazos, san Mateo nos hace dar un paso definitivo en la comprensión de la cruz de Jesús y también de nuestras propias cruces. Por una parte, de la idea de que Jesús es inocente se deduce que su muerte delata a los culpables.

Aprendemos así que no todos los males son inevitables y, en consecuencia, que es posible luchar contra el mal, que la injusticia tiene que ser atacada. Que hay que denunciar a los culpables y no quedarse con los brazos cruzados. Dicho en positivo: que hay que ponerse de parte del inocente y combatir a favor del bien.

Aprendemos, al mismo tiempo, que “no hay mal que por bien no venga”. Que si la muerte de Jesús tiene un sentido en el plan de la salvación de Dios, también nosotros habremos de buscar el sentido de nuestro dolor. Que si “era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria”, también nuestros padecimientos nos acrisolan y nos purifican en cuanto corrigen nuestra autosuficiencia, denuncian nuestra superficialidad y nos convierten en grano de trigo que, si muere, puede dar mucho fruto.


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